miércoles, mayo 04, 2005

El pianista está azul

La historia apareció publicada a mediados de mayo en diarios de varios continentes: un hombre, bautizado entonces como El Pianista, había hecho su debut como la estrella mediática de la temporada. ¿Su virtud? Ser un joven profundamente perturbado, incapaz de comunicarse, que había sido recogido por una patrulla cuando deambulaba por las calles de Londres. Está claro que con esos referentes, su historia apenas habría ameritado una breve mención en los espacios locales de no ser por un atributo adicional: tocaba el piano como un gran maestro.

Aparentemente, según reportaban los diarios, el instrumento se había convertido en su única manera de seguir en contacto con el mundo. De inmediato, los medios de comunicación - desde El País hasta el New York Times, pasando por los diarios mexicanos- desataron una serie de especulaciones sobre la identidad del personaje. Incluso, en medios europeos se difundió su rostro, buscando inútilmente que alguien por fin pudiera revelar el misterio. El tiempo pasó y la verdad no aparecía....hasta la semana pasada, cuando finalmente Andreas Grassl decidió romper el silencio y contar su historia.

Sorpresivamente el joven alemán empezó a hablar. Interrogado por una enfermera, confesó que siempre pudo comunicarse y que cuando fue “rescatado”, estaba pensando en suicidarse, aunque nunca estuvo realmente enfermo. Aprovechando los conocimientos adquiridos cuando trabajó en una institución siquiátrica, Grassl imitó a los pacientes, engañando a los encargados de atenderlo. Es más, ahora se dice que del maestro del piano no hay nada, pues sólo pasaba las horas golpeando insistentemente una sola tecla. ¿Cómo se construyó la leyenda del Pianista?

Es difícil saberlo, pero quizá podamos encontrar una pista en otra nota publicada a mediados de agosto, en la que se nos informó “que el piloto estaba azul.” Si no sabe a qué me refiero, permítame contarle que ese fue el mensaje enviado a través de su celular, por un pasajero del vuelo de Helios Airways que viajaba a Grecia, minutos antes de que se estrellara. Bueno, al menos eso fue lo que se nos dijo porque un día después se supo que el supuesto texto nunca existió, salvo en la mente de quien lo inventó...y en los medios de comunicación que dieron el dato como cierto.

¿Qué tienen en común la historia del Pianista y el mensaje de despedida de un pasajero de una aerolínea chipriota? Que los dos casos exhiben la fragilidad de lo que podemos llamar el sistema global de noticias. Rendidos ante el atractivo de las llamadas “historias de interés humano”, los medios de todo el mundo demandan y reproducen relatos nacidos en cualquier parte del planeta, siempre y cuando posean un fuerte contenido emocional. Y si a esto se suma algo de “potencial cinematográfico”, entonces se vende mucho mejor.

Surtidos en buena medida por las agencias de noticias, cada día podemos comprobar cómo los portales de buena parte del planeta – lo mismo el Clarín en Argentina, que El Mundo de España, o los diarios en línea mexicanos – nos ofrecen la misma información. El problema es que como ya vimos, queda muy poco margen para verificar las historias publicadas. Es lógico que los medios confíen en sus proveedores, pero ¿qué pasa cuando lo dicho resulta ser falso? ¿Hay alguien que se haga responsable? ¿Se piden disculpas al público? ¿ O simplemente se transfiere la responsabilidad en una cadena que termina por eximir a todos? Lo dicho aquí podría parecer irrelevante cuando se trata de temas de color, pero la lógica es la misma tanto para el mundo del espectáculo como para la cobertura de la guerra en Irak.

Adicionalmente, la publicación de este tipo de información muchas veces termina por desplazar a otras notas de la agenda local. Sin ir más lejos, así ocurrió en México con la cobertura de la Primer Encuesta Nacional sobre Discriminación, que se vio relegada a páginas interiores por la historia del Pianista. La que ahora sabemos, estaba llena de falsedades. ¿Esto no debería provocar por lo menos el bochorno de quienes lo publicaron?

Concientes de la poco autocrítica que caracteriza a los medios, sólo nos queda invitar a que la próxima vez que nos presenten la historia de algún “Andreas Grassl” y pidan nuestra atención, recordemos aquella historia, cuando “el pianista estaba azul”.

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