(Artículo publicado en la revista www.frente.com.mx)
¿Cuántos analistas políticos, críticos de medios o defensores de los derechos humanos verán telenovelas, seguirán la Rosa de Guadalupe o Cada quién su Santo y estarán atentos a lo que hace la “Señorita Laura”? Francamente me imagino que muy pocos. No veo a un Jesús Reyes Heroles o Jesús Silva Hérzog Márquez atentos a estos programas. Y para muchos es natural que así sea. Bajo la premisa de que se trata de productos de baja calidad los intelectuales y activistas suelen poner su atención en otros rubros: el debate político, la actuación de los actores públicos o asuntos globales que merezcan su atención.
Está muy bien. Cada quién puede ver lo que se le antoje. El problema es que cuando se excluye a esos espacios del análisis en realidad se está renunciando a discutir lo que están consumiendo millones de personas, y si la lógica de su trabajo es contribuir a la formación de una mejor sociedad, en la práctica se está dejando de lado a un sector que resulta estratégico. Pensemos, por ejemplo, qué resulta más influyente: el más reciente libro sobre la transición democrática o el contenido de la telenovela del momento. Quién pesa más: ¿los editorialistas de todos los diarios juntos o lo que se difunde en revistas del corte de TV Notas y TV Novelas? Creo que todos sabemos la respuesta.
Lo extraño es que aunque lo entendemos así no hay un ejercito de críticos de lo que pasa en los medios masivos de comunicación. Salvo honrosas excepciones – Alvaro Cueva sería una de ellas – poco se debate, por ejemplo, sobre los diálogos de las telenovelas y la reproducción que se hace de prejuicios desde esos espacios. Hace relativamente poco un personaje le gritaba a otro: “eres, siempre has sido y siempre serás, el hijo de una gata.” Expresión que antecedió por pocos días a una declaración del Secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio, que declaró que las telenovelas también ayudaban a educar. Tiene razón, sólo que no necesariamente en el sentido correcto.
Por ello, por ejemplo, en muchas series la discapacidad sigue siendo una maldición. Si el personaje es bueno, al final de la novela habrá una operación milagrosa que le quitará el estigma de estar en una silla de ruedas, si se trata de un ser malo, naturalmente terminará invidente o sin poder caminar. ¿Cómo contribuye eso a una sociedad incluyente?
Y si bien es cierto que en muchas series a los personajes homosexuales se les asignan cada roles más importantes, en prácticamente cada programa de comedia se les sigue estereotipando y caricaturizando. Práctica que se repite con el machismo y el trato a las mujeres como si se tratara de objetos. Recuerdo todavía la respuesta de Jorge Arvizu, el Tata, a una mujer sobre la que se había servido comida japonesa mientras ella estaba acostada en traje de baño. Cuándo la mujer le dijo algo su respuesta fue: “tú cállate, las charolas no hablan.”
Por eso hay que ver el programa de Laura, ése tan trolleado en twitter en el que la semana pasada mostraron a un niño golpeado, lo exhibieron con nombre y cara, para después alzarle la camisa y que todos pudieran ver las heridas que había recibido a sus 4 años. ¿Y así se le ayuda, mostrándolo ante todo el mundo sin proteger su identidad como mandan los tratados internacionales y los principios de ética más elementales? Es absurdo denunciar el abuso de las víctimas, abusando nuevamente de ellas en aras del rating.
Pero de estos temas se hablan poco porque sus protagonistas no son políticos. Tal vez es hora de ampliar la mira. No porque debamos renunciar a lo que ya se ha ganado en la formación de audiencias críticas a la hora, por ejemplo, de ver un noticiero, pero ahora debemos mirar lo que pasa en otros espacios más influyentes por sus niveles de audiencia y que por lo tanto deberían tener más responsabilidad.
Como ya he apuntado antes en este espacio, esperar a que esos programas cambien por un acto de autocrítica es ingenuo y comodino. Si lo que se quiere es incidir de fondo en ellos hay que empezar a verlos y provocar el debate y la crítica entre las audiencias y con sus generadores, de tal forma que no sean territorios autónomos. Durante demasiado tiempo hemos ignorado la importancia de estos productos bajo la premisa de que no son dignos o de buena calidad,llegó la hora de ponerles atención.