viernes, agosto 19, 2011

¡Qué pase el desgraciado!

(Artículo publicado en la revista www.frente.com.mx)

¿Cuántos analistas políticos, críticos de medios o defensores de los derechos humanos verán telenovelas, seguirán la Rosa de Guadalupe o Cada quién su Santo y estarán atentos a lo que hace la “Señorita Laura”? Francamente me imagino que muy pocos. No veo a un Jesús Reyes Heroles o Jesús Silva Hérzog Márquez atentos a estos programas. Y para muchos es natural que así sea. Bajo la premisa de que se trata de productos de baja calidad los intelectuales y activistas suelen poner su atención en otros rubros: el debate político, la actuación de los actores públicos o asuntos globales que merezcan su atención.

Está muy bien. Cada quién puede ver lo que se le antoje. El problema es que cuando se excluye a esos espacios del análisis en realidad se está renunciando a discutir lo que están consumiendo millones de personas, y si la lógica de su trabajo es contribuir a la formación de una mejor sociedad, en la práctica se está dejando de lado a un sector que resulta estratégico. Pensemos, por ejemplo, qué resulta más influyente: el más reciente libro sobre la transición democrática o el contenido de la telenovela del momento. Quién pesa más: ¿los editorialistas de todos los diarios juntos o lo que se difunde en revistas del corte de TV Notas y TV Novelas? Creo que todos sabemos la respuesta.

Lo extraño es que aunque lo entendemos así no hay un ejercito de críticos de lo que pasa en los medios masivos de comunicación. Salvo honrosas excepciones – Alvaro Cueva sería una de ellas – poco se debate, por ejemplo, sobre los diálogos de las telenovelas y la reproducción que se hace de prejuicios desde esos espacios. Hace relativamente poco un personaje le gritaba a otro: “eres, siempre has sido y siempre serás, el hijo de una gata.” Expresión que antecedió por pocos días a una declaración del Secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio, que declaró que las telenovelas también ayudaban a educar. Tiene razón, sólo que no necesariamente en el sentido correcto.

Por ello, por ejemplo, en muchas series la discapacidad sigue siendo una maldición. Si el personaje es bueno, al final de la novela habrá una operación milagrosa que le quitará el estigma de estar en una silla de ruedas, si se trata de un ser malo, naturalmente terminará invidente o sin poder caminar. ¿Cómo contribuye eso a una sociedad incluyente?

Y si bien es cierto que en muchas series a los personajes homosexuales se les asignan cada roles más importantes, en prácticamente cada programa de comedia se les sigue estereotipando y caricaturizando. Práctica que se repite con el machismo y el trato a las mujeres como si se tratara de objetos. Recuerdo todavía la respuesta de Jorge Arvizu, el Tata, a una mujer sobre la que se había servido comida japonesa mientras ella estaba acostada en traje de baño. Cuándo la mujer le dijo algo su respuesta fue: “tú cállate, las charolas no hablan.”

Por eso hay que ver el programa de Laura, ése tan trolleado en twitter en el que la semana pasada mostraron a un niño golpeado, lo exhibieron con nombre y cara, para después alzarle la camisa y que todos pudieran ver las heridas que había recibido a sus 4 años. ¿Y así se le ayuda, mostrándolo ante todo el mundo sin proteger su identidad como mandan los tratados internacionales y los principios de ética más elementales? Es absurdo denunciar el abuso de las víctimas, abusando nuevamente de ellas en aras del rating.

Pero de estos temas se hablan poco porque sus protagonistas no son políticos. Tal vez es hora de ampliar la mira. No porque debamos renunciar a lo que ya se ha ganado en la formación de audiencias críticas a la hora, por ejemplo, de ver un noticiero, pero ahora debemos mirar lo que pasa en otros espacios más influyentes por sus niveles de audiencia y que por lo tanto deberían tener más responsabilidad.

Como ya he apuntado antes en este espacio, esperar a que esos programas cambien por un acto de autocrítica es ingenuo y comodino. Si lo que se quiere es incidir de fondo en ellos hay que empezar a verlos y provocar el debate y la crítica entre las audiencias y con sus generadores, de tal forma que no sean territorios autónomos. Durante demasiado tiempo hemos ignorado la importancia de estos productos bajo la premisa de que no son dignos o de buena calidad,llegó la hora de ponerles atención.

Twitter.com/mariocampos

lunes, agosto 15, 2011

¿Quién escucha a los indignados?

(Artículo publicado en la revista www.frente.com.mx)

Las imágenes se repiten lo mismo en Chile, que en España, que -en mucho menor medida - en México: ciudadanos, más o menos organizados, salen a las calles, para plantarse en los Congresos y frente a los gobernantes para exigirles que les pongan atención. Se diría que es casi lo normal en toda democracia. Por principio los recursos nunca son suficientes para todos y lo habitual es que diversos grupos de presión hagan sentir su fuerza para ser escuchados. Sin embargo, hay algo de novedoso en este momento, que si bien tiene sus particularidades nacionales, presenta ciertos puntos comunes.

Se trata, por ejemplo, de nuevos actores y no de los mismos de siempre. Si los manifestantes fueran los sindicatos no sería de llamar la atención. Si al frente de los mismos estuviera un líder carismático, tampoco sería novedoso. No es el caso. Y finalmente, si bien estas protestas aprovechan la coyuntura electoral para aumentar su capital, en sentido estricto no se trata de actores que estén regidos bajo la lógica de los votos. Hablamos de tres características que hacen más difícil entender y encasillar a estos nuevos actores.

¿O quién podría decir que es el portador único de la agenda del movimiento del 15-M en España? Nadie. Y el mismo principio vale para el caso mexicano. ¿Cuántos votos valen – por ejemplo - Javier Sicilia o Emilio Alvarez Icaza, dos de las figuras más importantes del movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad? Yo diría que muchos porque hay un sector de la población que se ve reflejada en su discurso, y al mismo tiempo los únicos votos que pueden garantizar son los que ellos depositen en las urnas el próximo año, pues no tienen ninguna representatividad formal ni mucho menos formas de control corporativo como suelen prometer y comprometer los líderes tradicionales. Y esta es sólo una parte del fenómeno al que se suma el papel de las nuevas plataformas tecnológicas, piezas centrales para entender sus formas de diálogo y organización, mucho más descentralizadas, más parecidas a las “agrupaciones” de hackers que a los organigramas de una empresa.

Tal vez por eso, por lo novedoso del fenómeno, es que nos esté costando trabajo a todos entender qué está pasando. Los medios de comunicación – ya lo he comentado ampliamente en otros espacios – andan con la brújula chueca, acostumbrados a cubrir y valorar a los mismos actores de siempre, se ven fuera de foco a la hora de dimensionar el peso real de estos movimientos. A veces los ignoran, otras veces los sobredimensionan. En cualquier caso no terminan de saber qué hacer con ellos.

Torpeza que comparten muchos integrantes de la clase política que también desprecian a estos nuevos actores tan poco ortodoxos pero tan influyentes a la hora de articular a grupos de ciudadanos tan dispersos. Habrá quien diga que es lo normal, que las instituciones no suelen ser las más receptivas a las causas ciudadanas. Tristemente es cierto con demasiada frecuencia, sobre todo en países como el nuestro. Pero también hay límites. Y pareciera que nos estamos acercando a ellos peligrosamente. En Estados Unidos el Congreso tiene uno de los niveles de popularidad más bajo en su historia, en España es evidente la distancia entre los partidos políticos, el gobierno y el sentir de miles de personas que están saliendo a las calles un día así y otro también, y en México, pues en México aunque no parece algo masivo hay una sociedad civil emergente que está interactuando con sus políticos como hace mucho no lo hacía, ya sea por la bandera de ACTA, la reforma política o la ley de seguridad nacional.

Lo curioso – y aquí es donde me tendrán que llamar ingenuo, por decir lo menos – es que tengo la impresión de que la clase política mexicana está entiendo mejor el fenómeno que otros sistemas políticos. Todavía no sé si porque se nos da más la simulación y estamos en un típico caso de #atoleconeldedo o si en realidad hay una legítima preocupación por evitar un divorcio definitivo que por lo general suele terminar muy mal.

Las próximas semanas son claves para ver qué movimientos crecen y maduran, qué medios de comunicación son capaces de retratarlos y acompañarlos adecuadamente, y qué políticos tienen la habilidad para entender a esta ciudadanía emergente y se fortalece al hacer suyas sus banderas. No habrá que esperar mucho para conocer las respuestas.

Twitter.com/mariocampos

viernes, agosto 05, 2011

Vivir la historia

(Artículo publicado en la revista www.frente.com.mx)

Uno sabe que algo está pasando cuando las notas de los principales diarios internacionales destacan en sus primeras planas la posibilidad de que la principal economía del mundo, la de los Estados Unidos, sea incapaz de cumplir sus compromisos financieros; las noticias desde España cuentan de ciudadanos organizados vía las redes sociales para evitar que familias enteras sean desalojadas de sus casas por no pagar a la banca; y desde Noruega, los reportes hablan de un hombre que mata decenas de personas y que dice que la masacre fue su estrategia de marketing (juro que eso dijo) para lograr captar la atención sobre su discurso de odio.

Tres historias de las últimas semanas que prueban que estamos viviendo la historia. Parece una obviedad. Casi uno podría pensar que basta con estar vivo para que le toque ser testigo de cambios que llegarán a los libros de texto. Lo cierto es que al menos en mi experiencia, las cosas no siempre son así. Dedicado desde hace poco más de cinco años a contar cada mañana las noticias, puedo reconocer que hay periodos – días, semanas, incluso meses – en que cada jornada parece una copia de la anterior. Qué podrían decir, por ejemplo, los habitantes de países como Egipto, que durante décadas tuvieron al mismo presidente en el poder hasta que un día en medio de una economía en declive y una sociedad indignada y conectada, nació un movimiento que en pocas semanas transformó la historia de su país.

Y lo mismo podríamos decir del mundo occidental que parece trepado a una ola de cambios, o mejor dicho, de incertidumbre. Apenas unas semanas, cuando los medios del planeta anunciaban la muerte de Osama Bin Laden, se escuchaba un coro que anunciaba la próxima reelección de Barack Obama en noviembre del 2012. no obstante, una encuesta de la empresa Gallup en el mes de julio mostraba que una hipotética contienda entre cualquier candidato Republicano frente al hoy Presidente, resultaba en un cambio de partido en el poder. La supuesta popularidad de Obama se esfumó.

Semanas antes los sondeos en Francia destacaban la figura emergente de Dominique Strauss Kahn -entonces director del Fondo Monetario Internacional – como una de las candidaturas más fuertes para llegar a la presidencia. Después estalló el escándalo de la presunta agresión sexual en el hotel Sofitel de Nueva York, y el hombre – al menos hasta ahora – salió de la escena y el maltratado presidente Sarkozy vio fortalecidas sus esperanzas de repetir en el cargo en las elecciones del próximo año.

¿Quién puede decir, por ejemplo, cuál será el destino final del movimiento de los llamados Indignados en España? Esos ciudadanos hartos que recorren todo el país para presionar al Congreso y la banca para sacar adelante su agenda de cambio? ¿O hasta dónde llegará en México el movimiento de Javier Sicilia que ya se ha convertido en interlocutor del gobierno, que se ha sentado a la mesa con legisladores y tiene entre sus metas sacar adelante reformas, entre ellas la política, que abriría un mayor juego para los ciudadanos?

Para algunos escépticos lo que pasa en México no es comparable con lo que ocurre en otras partes del mundo. Mi impresión es que si bien hay notables diferencias entre cada país, en realidad todos estamos subidos a la misma extraña rueda de la fortuna sin que nadie pueda decir con certeza cuál será el destino final. Y si bien esto puede ser aterrador – no es fácil ver a la superpotencia viviendo literalmente al límite de sus posibilidades económicas – no deja de ser fascinante el sentir que estamos viendo la historia, o mejor aún, que la podemos protagonizar en al menos alguna de sus dimensiones.

Porque una de las características de este tiempo es que lo sólido, lo institucional, lo que se asumía como duradero ya no lo es tanto, y en contraste, son los liderazgos emergentes, los movimientos sorpresivos, los giros inesperados los que marcan la ruta.

Entiendo que a veces parece que lo que pasó ayer no es distinto a lo de hoy o a lo que vendrá mañana pero si ponemos un poco más de atención veremos que estamos viviendo la Historia – así con mayúscula - que en unos años otros habrán de contar.

twitter.com/mariocampos