lunes, agosto 28, 2006

Dos relatos

(Artículo publicado en Excélsior)
La política —dice el sociólogo Murray Edelman— es la lucha por la "interpretación simbólica de los hechos", expresión que nos recuerda que en los temas sociales, en vez de hablar de verdades únicas, solemos encontramos con distintas versiones peleándose por ganar las mentes de los ciudadanos. La referencia viene a cuento en este tiempo en el que la política mexicana ve cómo transcurren al menos dos relatos que se presentan y crecen cada día.

Para algunos observadores, el conflicto poselectoral de México ha entrado en su fase final y, aseguran, hay razones para sonreír. Su optimismo se basa en que, finalmente, el reloj judicial parece acercarse al tiempo político y en unos días tendremos Presidente electo. Por ello, nos dicen, es que diversos actores han empezado a volver poco a poco a la normalidad. Los perredistas, por ejemplo, ya eligieron a sus coordinadores parlamentarios —Javier González Garza y Carlos Navarrete— y la lectura fue casi unánime: ganó el partido, perdió López Obrador.

Ante estas voces, los nuevos líderes en el Congreso han sido especialmente cautos para no ser acusados de traición, no obstante han empezado a escucharse expresiones alentadoras. El PRD —ha señalado su nuevo coordinador en San Lázaro— no quedará fuera de los futuros acuerdos, y por eso formará parte de las negociaciones entre las distintas bancadas. Hablar de diálogo entre los grupos parlamentarios debería ser una obviedad, no obstante, en este clima de crispación es un guiño que ayuda a disminuir la tensión y muestra a un partido que no quiere tirar por la borda el capital ganado en las urnas.

A esta señal se suman los discretos deslindes de la Unión Nacional de Trabajadores —que no acudirá a la Convención Nacional Democrática convocada por López Obrador— y las claras posturas de Dante Delgado, líder de Convergencia, quien ha mandado dos mensajes inequívocos: reconocerá a quien el Tribunal señale como próximo Presidente, y dice que el 16 de septiembre habrá desfile militar con toda normalidad. Es triste que sea notable el compromiso con la ley; aun así es digno de mención cuando el emisor es un miembro destacado de la agonizante Alianza por el Bien de Todos.

Finalmente, hay otras líneas que completan el cuadro: el retiro parcial del bloqueo de avenida Reforma, así como el reconocimiento, ante el Financial Times, de la pérdida de simpatizantes por parte de Andrés Manuel quien, con ello, revela que todavía mantiene contacto con la realidad. Lo extraño es que, al mismo tiempo que escuchamos esta visión —que plantearía que podemos estar tranquilos—, también vemos cómo se reproduce otra teoría que asegura que el conflicto apenas empieza. Y como muestra, llaman nuestra atención sobre hechos o acciones de los mismos personajes. Ahí está, por ejemplo, la actuación de Marcelo Ebrard, que apenas muestra sensatez al anunciar la liberación de cruceros en la víspera del reinicio de clases, pero es también quien llama a los simpatizantes de AMLO a desconocer como futuro Presidente a Felipe Calderón, el mismo con quien probablemente tendrá que trabajar como próximo jefe de Gobierno. En otras palabras, un virtual gobernante que de entrada desconoce a los poderes Ejecutivo y Judicial, con las implicaciones legales y políticas que eso significa.

Estamos también ante dos bancadas perredistas que anuncian que en su debut –el próximo 1 de septiembre– impedirán al Presidente el uso de la Tribuna bajo la premisa de que fue Vicente Fox quien orquestó el fraude del 2 de julio —por cierto, la misma elección que permitió que esos legisaldores llegaran al Congreso de la Unión—. Todos ellos comandados por Andrés Manuel López Obrador quien cada vez radicaliza más su discurso y habla ya de la "revolución" que necesita México, del cambio de la forma de gobierno y de su próxima autoproclamación como Presidente de la República.

Dado lo contradictorio de ambas visiones, el sentido común nos dice que no pueden ser las dos ciertas, ¿cuál debemos creer entonces? En principio, hay que reconocer que la ambigüedad es un signo de estos tiempos, de ahí que las dos tendencias tengan fundamento. No obstante, tratándose de políticos yo apostaría por el pragmatismo, es decir, que en el mediano plazo se mantendrán fieles al movimiento de Andrés Manuel López Obrador aquellos actores que no tienen nada que perder, ya sea porque dependen del líder o porque cuentan con una fuente propia de poder e ingresos.

En contraste, quienes necesitan de la opinión pública o de otros actores políticos: aliados partidistas, legisladores que aspiran a ocupar cargos en comisiones importantes y, eventualmente, los próximos gobernantes de la capital, tendrán más incentivos para mantenerse dentro del cauce institucional e, incluso, deberán dialogar con sus adversarios. Al ser éstos mayoría, y si tuviera que apostar, no hay lugar a dudas: no obstante el ruido presente y por venir, me quedo con el primer relato.

sábado, agosto 26, 2006

AMLO Presidente

Después de varias semanas, aquí retomo los audios. En esta ocasión, dedicado a lo que será el futuro de AMLO como Presidente. El comentario es un fragmento de mi colaboración de todos los lunes con Martín Espinoza. AQUI EL AUDIO

lunes, agosto 21, 2006

Pasemos la página

(Artículo publicado en Excélsior el 19 de agosto)
Faltaban todavía tres años para que terminara el sexenio de Vicente Fox y el tema central en la agenda pública era ya la sucesión presidencial. Vino luego el desafuero, las precampañas, las campañas y así llegamos al 2 de julio, con la expectativa de que ese día llegaríamos al final de una etapa. Lamentablemente, como todos sabemos, las cosas no han salido como hubiéramos querido, y hoy, a siete semanas de la elección, aún estamos inmersos en una dinámica de lucha política.

Se acerca, es cierto, el final formal de la misma con el fallo del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. No obstante, ni los más optimistas se atreven a ver en este hecho el fin del conflicto, sino, en el mejor de los casos, el paso a una nueva etapa del mismo en la que el nivel de crispación ira a más o a menos, según la actuación de todos los actores políticos. No es cosa menor, por supuesto, saber cómo evolucionará esta coyuntura, no obstante desde ahora podemos señalar el que, al parecer, será uno de los costos más notables. Me refiero a la pérdida de beneficios sociales que trae consigo una elección. ¿De qué estamos hablando? De la saludable renovación de personas y temas debido a la sucesión presidencial.

Es conocido de todos que el poder desgasta a quien lo ejerce. Basta con mirar las imágenes de los mandatarios al iniciar su gestión y compararlas con su rostro al terminarla, para ver que la pérdida atiende tanto al ámbito físico como al político.

Aunque conscientes de este hecho, poco se habla del desgaste que un sexenio implica para la opinión pública, que luego de seis años también suele acabar cansada.

Por un lado, por la desaparición de cualquier expectativa en torno del gobierno saliente, el cual, para entonces, ya habrá mostrado lo mejor y lo peor de sí mismo; pero también porque a estas alturas de la administración se ha pasado ya por un largo e intenso proceso electoral, que inevitablemente también harta.

Por eso, la sucesión es refrescante. Nuevos rostros ocupan nuevos cargos y en ese proceso se renuevan también los ánimos y las expectativas de la propia ciudadanía. Es el fin de un ciclo y el inicio de otro, que trae consigo un valioso compás de espera en el cual todos conceden al gobierno entrante el beneficio de la duda.

Con esta sana costumbre gana, naturalmente, el nuevo equipo, el cual disfruta de un periodo de gracia en el que puede utilizar como mejor le parezca el capital ganado en las urnas; pero también gana la opinión pública. Preocupa, por tanto, que hayamos pasado la barrera del 2 de julio sin que hayamos logrado cambiar el ánimo colectivo, pues en muchos sentidos se impone la sensación de que esta contienda no ha terminado y esa no es una buena señal.

¿Cómo recuperarnos de esa pérdida? En primer lugar, reconociendo que los costos los pagamos todos, independientemente de las afinidades partidistas. En ese sentido, el gobierno que encabezará Felipe Calderón –si así lo ratifica el Tribunal– deberá esforzarse por atender ese ámbito, lo que implica generar ilusiones sobre lo que será su gestión. No se ve fácil, pues esa fue una de sus principales deficiencias durante la reciente campaña en la que logró generar aversión sobre sus adversarios, no así entusiasmo sobre su propio proyecto. Aun así, el panista deberá agregar la variable anímica, al reto que tiene enfrente en materia de gobernabilidad.

Los priistas, por su parte, quizá no se han dado cuenta, pero también requieren que se cierre el ciclo. Sólo así podrán poner atrás el desastre que significó el 2 de julio a fin de iniciar una nueva relación con los otros partidos políticos y sobre todo con la opinión pública.

Y, finalmente, es importante señalar que el PRD, como partido político, también requiere dar carpetazo a este proceso. Se entiende que en la lógica de Andrés Manuel López Obrador esto no tiene sentido, pues él requiere continuar con la campaña que inició, por lo menos, desde que se postuló para la Jefatura de Gobierno; lo que mantendrá con vida a AMLO, según su estrategia, es la prolongación del periodo electoral y no su fin; no ocurre lo mismo con su partido, que deberá entender que el tiempo de campaña ha terminado y que la continuación de la misma terminará hartando, sobre todo a quienes apenas se le acercaron en esta elección; si el Partido de la Revolución Democrática quiere mantener e incrementar su capital político, deberá pasar a la etapa institucional en la que habrá de demostrar que sabe cómo usar los espacios ganados para cumplir con lo que prometió durante la contienda.

Hablar de estados de ánimo, cuando la agenda nos presenta temas tan sensibles como el próximo Informe de Gobierno o el desfile militar, parece fuera de lugar. No nos equivoquemos: subestimar la variable emocional en estos momentos es perder de vista uno de los elementos más sensibles en cuanto al comportamiento político. Una razón más para que pasemos ya la página en esta larguísima historia.

lunes, agosto 14, 2006

El futuro de Felipe (Calderón)

(Artículo publicado en Excélsior el 12 de agosto)

¿En dónde está Felipe Calderón? Esa es la pregunta que en público y en privado se escucha cada vez con mayor frecuencia. Y es que, por estrategia o por incapacidad, los panistas han entregado el espacio mediático —verdadera plaza pública— a Andrés Manuel López Obrador y sus seguidores, quienes se mantienen día a día como los protagonistas de la información.

Especular sobre el bajo perfil público del candidato presidencial de Acción Nacional sería ocioso, de no ser por el efecto que ello tiene al servir como caldo de cultivo para quienes hablan de su debilidad e, incluso, reviven las versiones sobre un posible interinato ante la posibilidad de que no llegara a tomar posesión el próximo 1 de diciembre, si así lo valida el Tribunal Electoral.

Frente a estos rumores, bien vale la pena preguntarse por qué no se siente el peso del michoacano. A esto habría que responder, en primer lugar, que de algún modo es un asunto de percepción, pues si bien no ocupa las primeras planas ni los titulares informativos, Calderón mantiene activa su agenda. El problema se explica entonces, al menos parcialmente, por la lógica del espectáculo mediático. Competir en atractivo con un plantón, una toma de casetas o el cierre de oficinas bancarias, resulta difícil para cualquier actor que busque destacar en las noticias, en especial, cuando la contraoferta suele ser un acto cerrado en el que el candidato panista dialoga con algún sector de la sociedad en un formato tradicional.

A esta falta de seducción mediática, se suma la camisa de fuerza que se ciñe sobre el panista y que le impide actuar como presidente electo, a riesgo de ser criticado por no esperar al fallo del Tribunal Electoral. Quien lo dude, puede recordar la intensa reacción que generó el aval ofrecido por Elba Esther Gordillo, que les ganó condenas para ambos personajes. Con estas dos limitantes, vemos a un virtual candidato ganador que no parece serlo. Quizá porque confía en que el Tribunal terminará por avalar su triunfo y eso cambiará definitivamente su estatus. Vistos los primeros datos del recuento, todo indica que así será, pues ante la ausencia de irregularidades que indiquen la realización de un fraude, más allá de errores o hechos aislados, es predecible el próximo reconocimiento al proceso electoral del 2 de julio y a su resultado.

De ser así, pasaremos a una nueva etapa en la que el panista tendrá que actuar como Presidente electo. El desafío no es menor. Si bien podrá presumir de la legalidad de su triunfo y que su legitimidad es suficientemente sólida, según los votos y las encuestas poselectorales publicadas, lo cierto es que el principal desafío se presentará en el campo de la gobernabilidad. Es un tema complejo, no hay duda, pues en sentido estricto esa batalla deberá sortearla —al menos de aquí a diciembre— Vicente Fox. Sin embargo, de lo que ocurra desde septiembre hasta finales de noviembre, dependerá de en qué condiciones asumirá el poder el segundo presidente panista de la historia. Para esta nueva etapa, será clave la manera en que se desarrolle la relación entre el mandatario saliente y el entrante. Más allá de las formalidades, está claro que todo encuentro entre ambos personajes y sus equipos de trabajo puede resultar una fuente importante de noticias para el largo periodo de espera previa a la entrega formal del poder.

De este acuerdo también dependerá el uso del capital político que aún mantiene el gobierno saliente. Menospreciado por algunos medios y analistas, no deberá perderse de vista que seguirá dependiendo de Vicente Fox el uso de los recursos económicos, legales y políticos de toda la administración. De ahí que habrá que ver si se ponen al servicio de la causa de su sucesor o si se reservan para cuidar la imagen del actual Presidente.

Adicionalmente, Calderón deberá relanzar la frustrada cargada que se presentó luego del reconocimiento a su triunfo por parte del IFE. Declarado ganador por el Tribunal, ahora sí no quedará ya ningún impedimento para que gobiernos extranjeros y estatales feliciten a quien será el siguiente Presidente, lo que también dará pie a nuevas especulaciones en torno de quienes podrían ser parte de su futuro gabinete.

Es importante señalar que dicha etapa también resulta compleja, pues ante un entorno que demanda decisiones, aún no contará con el poder formal, de ahí que el panista deberá trabajar con el poder que genera su mera expectativa. Calderón no podrá dar nada, pero sí podrá ofrecer. Por eso, los futuros encuentros con el panista adquirirán un mayor estatus, factor que deberá ser aprovechado para intensificar sus reuniones con actores que al mismo tiempo que fortalezcan su legitimidad, le permitan ir tejiendo los hilos –mediante acuerdos y compromisos– que servirán para la gobernabilidad de lo que eventualmente será su mandato.

En este momento, las miradas están puestas en la resistencia de López Obrador, los conflictos estatales y el intenso calendario político que trae consigo septiembre. No obstante, vale la pena empezar a mirar lo que dentro de poco deberá ocurrir con el hoy, casi invisible, Felipe Calderón.