martes, agosto 16, 2005

Una mansión con goteras

El 46% de los mexicanos se iría a vivir a los Estados Unidos si tuviera los medios, según un reciente estudio realizado por el Pew Hispanic Center; 88% de los filipinos -de acuerdo con la BBC- tiene una opinión muy favorable de los americanos, y el 56% de los habitantes de Sudáfrica, piensan que la Unión Americana es una influencia positiva para el mundo. No cabe duda, nuestro vecino del norte es un gran imán para buena parte de los habitantes de este planeta.

Como una gran mansión, el territorio estadounidense atrae y encanta a quienes la miran desde lejos. Sin duda, esto se debe a lo poderoso de su economía pero también a su exitosa maquinaria de propaganda que se extiende por todo el mundo -de la mano de su industria cultural: películas y series de televisión con presencia global-, lo que ha convencido al mundo entero de la “grandeza americana”, esa que hasta hace poco nos había hecho verlos como un gigante invencible militarmente, invulnerable en su territorio, rico y justo en su desarrollo.

Sin duda esa imagen aún tiene mucho de verdad. El problema es que desde el 11 de septiembre del 2001, la Mansión con la bandera de las barras y las estrellas nos ha mostrado que tiene serios problemas con las goteras. Golpeados en su discurso de la seguridad nacional, los norteamericanos emprendieron una batalla por limpiar su honor en las montañas de Afganistán e Irak, que como ya sabemos, les ha generado costos altísimos, tan altos que no sólo se han reflejado en dólares sino en confianza y credibilidad.

No obstante este desgaste, el gobierno estadounidense había mantenido una buena parte de su capital, el mismo que hace que a muchos se nos haga casi imposible entender que una tragedia, como la de Katrina, haya tenido lugar en la Unión Americana y no en una de las llamadas naciones del Tercer Mundo.

Acostumbrados a ver a los norteamericanos como los maestros de la previsión y la planeación, ahora los hemos visto, y quizá hasta ellos mismos se han descubierto, como los protagonistas de una realidad muy distinta a la imagen que muchos teníamos de aquel país. Ignorando avisos claros de lo que podía ocurrir, han mostrando carencias estructurales para hacer frente a una situación de esta naturaleza, incluso, han exhibido deficiencias burocráticas que aletargan la capacidad de respuesta. Así los hemos visto, así los vemos, en medio de una realidad que paradójicamente descubrió el agua, mientras cubría por completo a una ciudad emblemática para su orgullo como lo es Nueva Orleáns.

Pero no hay que equivocarnos con lo que estamos viendo. No es un problema de George W. Bush. No es –al menos no exclusivamente– un problema de liderazgo, aunque así se nos esté presentando. Lo que está ocurriendo en Nueva Orleáns es el resultado de la fragilidad del sistema social de los Estados Unidos. Veinte por ciento de los habitantes de la ciudad eran considerados como pobres. Carentes de recursos, no pudieron pagar por su vida. Así de simple y así de cruel, porque la incapacidad para pagar un hotel o un avión, se convirtió en un ancla que los retuvo en una ciudad que incluso a varias semanas del desastre, mantiene ocultos a sus muertos.

Para que quede más claro: lo que ocurrió en el sur de los Estados Unidos tiene mucho que ver con una nota perdida que fue publicada un par de semanas antes de la llegada del huracán. En ella que se informaba que 37 millones de estadounidenses, el 12.7% de su población, vive por debajo de la línea de pobreza, 6 millones más de los que estaban en esa situación en el 2001. Y no hay que ser expertos para saber que hay una relación directa entre la pobreza y la vulnerabilidad, tal como se ha demostrado en todas partes del mundo.

¿Qué sigue después de esta tragedia? Conociendo a los medios de comunicación y a los políticos norteamericanos, un simple debate sobre la responsabilidad del gobierno de George W. Bush. Tal vez y sólo tal vez en un espectro más amplio, una revisión a nivel global de la imagen de la única superpotencia. Y ya en el terreno de lo deseable –aunque poco probable– una discusión de qué es lo que está pasando en el mundo que asume como natural que en la nación más rica del mundo, haya gente viviendo en las condiciones de fragilidad que el paso de Katrina ha revelado.

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