lunes, octubre 10, 2005

Bailando por un sueño 2

Quien dice que la televisión no enseña, miente o está mal informado. En verdad, la que algunos llaman “caja idiota”, nos revela más sobre lo que somos como sociedad, que decenas de ensayos dedicados a explicar las principales tendencias de nuestro tiempo. Como supongo que no me creen, permítanme contarles de una de las evidencias más claras de lo que les estoy diciendo. Se trata del exitoso programa de Televisa, “Bailando por un sueño”.

En el poco probable caso de que no sepan de lo que les estoy hablando, les platico de qué se trata. Luego de una intensa selección, se elige a un grupo de hombres y mujeres para que acompañados de alguna celebridad, participen en un concurso de baile en el que el premio es la realización de su deseo más anhelado. La dinámica es muy sencilla: cada semana se les enseñan algunas coreografías, las desarrollan durante el programa, unos jueces los califican, y los que obtienen las peores notas compiten en una especie de duelo en el que el público define quién continúa participando en función de su desempeño, y de la conexión con los televidentes. La dinámica es la misma hasta la última sesión, en el que nuevamente es el público, el que a través de sus votos-llamadas, decide quién gana y por tanto quién ve realizado su sueño. Está claro que el asunto parece bastante inocente... hasta que lo analizamos con mayor profundidad.

Lo primero que llama la atención entonces, es que el concepto es un homenaje a uno de los rostros del liberalismo. No exagero ni alucino. La idea del programa es cumplir el deseo de cada participante, lo que nos deja en claro que para los productores, todos los sueños tienen exactamente el mismo peso. Es decir, que valen igual el anhelo de la mujer que quiere llevar las cenizas de su madre a España, que el hombre que necesita el dinero para operar a su mujer de un tumor cerebral. Para los fines del espectáculo, la misma atención merece el “soñador” que quiere poner un consultorio dental para recuperar el amor de su padre, que la niña que requiere un tratamiento para salvar la vista. Liberalismo puro y duro, en el que cada sujeto tiene el mismo derecho y no hay una autoridad superior – incluida la moral - capaz de marcar las prioridades.

Por si esto fuera poco, el programa también lleva al extremo la idea del individualismo. Entre otras razones, porque nos confirma – como casi todos los programas con un formato de talk show como Cristina o Laura de América – que lo que hay son problemas personales, no conflictos sociales. A lo largo de las semanas del concurso, ha quedado claro que la única posible respuesta a los sueños – necesidades, pues – de los participantes, es que ellos ganen o que algún alma caritativa se sume a su causa. No existe la idea del gobierno, ni de responsabilidad social. Sólo hay cabida, en el mejor de los casos, para la caridad.

Antes de que me vean raro, déjenme aclarar que no pretendo politizar un programa de entretenimiento, sino llamar la atención sobre el mensaje que se está dando en este tipo de espectáculos, que trasladan cualquier solución a la capacidad personal – en este caso al talento para bailar - y no a la atención de una problemática social. Porque no estamos hablando, en la mayoría de los casos, de personas que quieren dinero para viajar por Europa o una oportunidad para bailar con Luis Miguel, sino de hombres y mujeres que requieren tratamientos médicos que van más allá de la vanidad de un extreme make over, o cualquier programa del estilo, en los que lo que está en juego es la estética.

Aquí hablamos de problemas serios convertidos en aras del rating, en objetos de concurso. Incluso, lo que estamos presenciando son abiertas competencias para ver quién puede conmover más al público-juez, que en su sabiduría determinará quien recuperará la vista y quién no, a quién operarán de un tumor y a quien no, a quién otorgarán una prótesis y a quién no. Visto así, el programa deja de parecer tan inocente…

Lo más revelador es que “Bailando por un sueño” ha resultado un éxito absoluto. Aunque en realidad a nadie debería de sorprender: nos presenta una cara distinta de las celebridades, nos emociona hasta el llanto, y de paso, nos da una muestra de las ideas que reinan en nuestra sociedad. Nada mal para la “caja idiota”, ¿no?

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