viernes, febrero 20, 2009

¿Cuáles son los límites de la tolerancia?

La prensa del día nos regala dos notas que tienen como común denominador al tema de la tolerancia. Empecemos, si les parece, por la primera publicada en El Clarín y que se refiere al caso del obispo ultraconservador Richard Williamson, personaje que ha sido objeto de mucha atención por su postura de negación sobre el holocausto. El hombre como es natural ha recibido críticas y condenas de buena parte del mundo (a las que me sumo), sin embargo, no deja de llamarme la atención la respuesta del gobierno de Argentina, país en que el vive y que ha decidido expulsarlo por sus puntos de vista. (Aunque la medida se apoye en un tema migratorio)

No comparto de ningún modo las opiniones de Williamson pero no creo que expulsarlo de un estado sea la solución. Es cierto que el hombre está negando un hecho histórico con evidentes implicaciones éticas. Pero si sus ideas son la razón para expulsarlo, ¿no podríamos llegar a la misma conclusión con racistas, xenófobos u otros portadores de prejuicios?

El segundo caso tiene una dimensión evidentemente menor pero también remite a los límites de lo publicable. En esta ocasión se refiere a las protestas de jerarcas de la Iglesia Católica que rechazaron a un comediante en Israel que como parte de su rutina sostiene que Jesús vivió hasta los a40 años, murió de sobre peso y que su madre "quedó embarazada a los 15 años por un compañero de clase". Elementos que se comprenden de su dicho: "si los cristianos niegan el holocausto, entonces yo niego el cristianismo. Alguien debe darle una lección". Como resultado de los reclamos de la Asamblea de Obispos Católicos de Tierra Santa, según informa el diario El Mundo, el programa ya ha sido suspendido.

Queden estos dos temas para la reflexión sobre cuáles son o deben ser los límites de la tolerancia.

1 comentario:

Edgar D. Heredia Sánchez dijo...

El imperio de lo políticamente correcto.

El arribo de la democracia en nuestro país puso como condición sinequanon, la afirmación de propuestas políticas que dieran certidumbre sobre la inexistencia de turbulencias y drásticos cambios que modificaran o pusieran en riesgo las dinámicas sociales. Esta condición dio lugar a una lucha y obsesión por ocupar el centro político, lo cual trajo consigo posturas y manifestaciones de todos los integrantes de la sociedad asumieran posiciones políticamente correctas, para lo cual se agotó debido al uso intensivo que se le dio a los valores democráticos de la tolerancia, el derecho a la manifestación de las ideas y el respeto a la diferencia.
Sin embargo, esta obsesión devino en comodidad intelectual y abulia en el ejercicio del gobierno donde con el pretexto de la tolerancia y el respeto a la libre manifestación se ha dado lugar a un fenómeno de impunidad intelectual, de manifestación de expresión alentado por la complicidad gubernamental en el rechazo, temor, por el ejercicio y cumplimiento de una de sus funciones básicas que es la del asegurar el orden y asegurar los derechos de la mayoría. La renta electoral y el apetito de seguir albergando aspiraciones y escalar en el organigrama del poder ha generado escenarios donde cualquier manifestación que se contraponga a la lógica o bien de lugar a expresiones de diferencia, por más absurdas y fuera de lugar que sean éstas, a imponer y realizar actos que atropellen los derechos y las libertades de los sujetos, especialmente de las minorías.
Los regímenes democráticos son escenarios de una alta fragilidad en los equilibrios políticos y de convivencia alcanzados, son escenarios altamente fértiles para la contraposición de los derechos, la lucha y competencia entre ellos genera circunstancias y contextos de fricción entre ellos, por ello habrá de concebirse la democracia no como un régimen de derechos y libertades, sino como de obligaciones y responsabilidades, lo cual demanda un ejercicio consiente de sus límites a la libertad.
La fortaleza de la democracia es la diferencia y el aseguramiento de los derechos de las minorías, ello implica que las diferencias de pensamiento tiene que brotar en un escenario como el democrático, confrontadas y debatidas con argumentos triunfantes o derrotadas en el terreno de la discusión no de la fuerza y la coerción, la tolerancia no sólo es respeto a la manifestación de las diferencias, sino es el terreno de la defensa de la opinión que disiente, de su explicación y comprensión, no sólo de su manifestación, las ideas contrarias tiene que ser escuchadas y debatidas una vez expuestas no pueden ser calladas y mucho menos desterradas.
La maduración de la democracia reclama esos escenarios, una sociedad que discuta y confronte sus contradicciones, no que las acalle y mucho menos las expulse.