martes, junio 10, 2008

Nostalgia de México (sobre la migración a Estados Unidos)

Periodistas, académicos, activistas y prácticamente todas aquellas personas que tuve oportunidad de entrevistar en mi reciente viaje a la ciudad de Chicago coinciden en lo mismo: los mexicanos que viven en los Estados Unidos mantienen tal vínculo con el país, que no obstante el paso del tiempo – incluso décadas – siguen interesados en saber qué pasa en su patria y cómo pueden mantenerse en contacto con lo que aquí ocurre. Así se puede comprobar por todo Estados Unidos, en especial en ciudades con tal concentración como Chicago o Los Angeles, por mencionar sólo dos.

En sus calles, las imágenes que adornan las paredes son invocaciones al país. Héroes de antes – como quienes pelearon en la Independencia y la Revolución – o ídolos de nuestro tiempo, como cantantes – aparecen marcando territorios. Locales de tacos y comida mexicana en general, se ven acompañados por talleres mecánicos, tintorerías y todos aquellos servicios que hacen que las referencias visuales y auditivas muevan la frontera a miles de kilómetros.

Escuelas con el nombre de Benito Juárez y Miguel Hidalgo ocupan las cuadras con la misma frecuencia con la que lo hacen en México, acompañadas incluso por la bandera mexicana que ondea junto a la de las barras y las estrellas. Así se puede ver en de Little Village, la Villita. "¿No dice nada el gobierno de Estados Unidos?", le pregunto a Artemio Arreola, líder de la comunidad mexicana en Chicago y promotor de la casa Michoacán. "¡Cómo si les pidiéramos permiso!", me responde.

La expansión de la cultura mexicana es cada día mayor. "De dónde es usted", pregunto a una mujer. "Soy chilanga", afirma, sin que uno sospeche que lleva viviendo los últimos 35 años de su vida en los Estados Unidos. "Yo soy michoacano", cuenta la anécdota sobre un niño de ocho años. ¿Y dónde naciste? "¡Pues en Chicago""

Ser mexicano en los Estados Unidos tiene poco que ver con dónde se vive, incluso con dónde se ha nacido. Para muchos, ser mexicano es una elección de todos los días no obstante los costos que ello implica. Los costos de allá en dónde la discriminación existe en diferentes niveles; y los costos acá en dónde el rechazo no es menor cuando se vuelve – o se visita por vez primera – al país.

Y ese es el corazón del reclamo. Desde el otro lado de la frontera no hay mas que interés por nosotros y en respuesta sólo reciben incomprensión, y en el peor y más frecuente de los casos, olvido. La distancia física se ha convertido al paso del tiempo en una gran distancia emocional. En indiferencia a pesar de los dólares enviados cada día y que el año pasado rebasaron los 23 mil millones de dólares, alrededor del 3 por ciento del Producto Interno Bruto.

La buena noticia – al menos para este columnista – es que la realidad sigue su camino aún sin nuestro aval y pese al centralismo y la soberbia que a veces marca nuestra mirada, en los Estados Unidos se está viviendo una revolución que da pié a un intenso proceso de integración.

Como suele ocurrir mientras la política construye muros la economía se los salta; mientras la ideología separa, la cultura mezcla.

Latinos por el progreso es el nombre de un grupo de jóvenes que trabaja por la superación de la comunidad hispana. En las instalaciones de la Casa Michoacán tuve oportunidad de ver su trabajo. Afroamericanos, hispanos y anglosajones, daban vida al reparto de una obra de teatro que aborda la problemática que enfrentan los inmigrantes. El idioma de la representación no era inglés, tampoco español. O lo era a ratos. Sin mayor problema los actores y el público pasaban de uno a otro con gran fluidez. Es la otra realidad, la que se mira en los espacios de la cadena Telemundo, propiedad de la cadena estadounidense NBC y en las frencuencias de radio y televisión de la cadena Univisión.

Esa es la agenda de todos los días que millones de los mexicanos, sobre todo de la capital, solemos ignorar.

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