miércoles, marzo 25, 2009

¿La nueva figura de la política italiana?



Leo en una nota de El País que Italia tiene a una estrella emergente. Su nombre, Debora Serracchiani, y es la mujer (38 años) que aparece en el video con el que inicia este post.
Según el reporte, la mujer ha encantado a los medios con su estilo, su personalidad de niña y un discurso renovador. Buena falta le caería a Italia una figura así, que sea una verdadera opción a Silvio Berlusconi, de quien poco bueno se puede decir. Y no me refiero a su gestión sino a su valor como persona. Dejo a ustedes bajo estas líneas el video que mejor pinta al líder italiano. Finalmente y sólo como referencia, aquí les dejo la liga a un video que ya habíamos comentado hace tiempo, una pieza de la campaña de Walter Veltroni, a quien también entonces se referían como el Obama italiano. En fin, veremos si en este caso, esta joven política no de desinfla.

1 comentario:

Edgar D. Heredia Sánchez dijo...

Esperanzas políticas

El envilecimiento mundial que ha resultado para la política y que se ha hecho extensivo a quienes participan en ella, sean políticos, funcionarios y servidores públicos, periodistas, analistas y ciudadanos interesados en la misma -como si la sociedad y sus integrantes pudieran sustraerse de ella, ya que la sufren o se ven involucrados en ella aún así sea por omisión- ha hecho que la sociedad en su conjunto vea como necesario y urgente la emergencia de figuras públicas ajenas a las conductas y desplantes tradicionales que han corrompido la actividad política, sea con actos obscenos, en el sentido más amplio de la palabra y no sólo con acciones que se remiten a la carencia de una moral y ética pública, lo interesante de esto, estriba en quienes serán las personas con el arrojo suficiente para cristalizar dicha esperanza, más allá de ideologías, valores y modos de acercarse y entender la realidad, las personas que decidan emprender esta lucha tendrán que tener el valor y la fortaleza necesaria para conocer su vida, es decir, para que sea del dominio público y como parte de la prueba del ácido, todos y cada uno de los antecedentes conductuales públicos y privados de su persona y sus familiares y depositarios de sus emociones y sentimientos más cercanos, así como del talante y los objetivos que persigan, la política no es actividad que comprenda a los ángeles ni tampoco a los demonios, sino compete a los hombres quienes desde sus debilidades y virtudes tratan, al menos eso dicen, de construir condiciones que favorezcan y estimulen la convivencia, la emergencia de estas figuras tiene que ser concentrada en la construcción de ciudadanos y no en la salvación de las almas, el mesianismo redentor también es un riesgo latente, resultado del fracaso de la actividad política de las últimas décadas, pero no por ello se debe descuidar o bien abrazar sin autocrítica el discurso que alienta la transformación y anida la esperanza de un futuro mejor cancelando las libertades y aniquilando los derechos humanos. Es cierto, es necesario hasta emocionalmente la emergencia de figuras que refresquen el horizonte de las personalidades políticas, que sean sensibles y sobre todo que se aparten de las formas y conductas que han envilecido la política, pero no por ello se debe abrazar a figuras que utilizan esa fachada para esconder propósitos que aun sin buscarlo, aniquilen los avances alcanzados en el reconocimiento a la diferencia, la tolerancia, el respeto y la afirmación de la libertad positiva.


Vale la pena recordar una reflexión de Felipe González, quien urgía a los jóvenes a organizarse y hacer política, siendo esta actividad no sólo la participación el lucha por el poder y la confrontación de intereses, sino la deliberación y recuperar el interés por los asuntos que nos son comúnes, tal como lo menciona Hanna Arendt, ya que de lo contrario siempre habrá quienes si se organicen para hacer política, la de la lucha por el poder y ellos serán quienes se beneficien de la inacción de aquellos que se rehusan a participar en ella, de modo que, éstos últimos serán los promotores de su propia desventura.