sábado, octubre 01, 2005

1994

Se le invoca al menos una vez por semana, ocasionalmente, desde algún programa radiofónico aunque lo más común es encontrarlo en los textos de los columnistas políticos. Lo cierto es que al fantasma de 1994 se le llama con gran facilidad. Lo revivieron cuando apenas llevaba unas horas de muerto Ramón Martín Huerta, y su evocación más reciente surgió desde el Partido Revolucionario Institucional, cuando algunos colaboradores de Roberto Madrazo compararon el acoso que sufre su precandidato, con el clima hostil que envolvió a la campaña de Luis Donaldo Colosio. Incluso, no ha faltado el analista que basa su macabro pronóstico en el hecho de que tanto Carlos Salinas de Gortari como Manuel Camacho Solis, dos figuras centrales de aquella época, estén de vuelta a los primeros planos de la escena política nacional.

Más allá de las distintas hipótesis, resulta claro que hay un número importante de personas que de buena o de mala fe, advierten que están dadas las condiciones para que los mexicanos volvamos a vivir un periodo negro como el que marcó 1994 - preludio de una grave crisis financiera-, marcado por la aparición del EZLN, la muerte del Secretario General del PRI, y el asesinato de un candidato a la Presidencia de la República.

En este escenario, según dicen, tanto la guerrilla “buena – como algunos llaman al Ejército Zapatista – como la mala, que integran grupos del EPR y sus diversas escisiones, estarían por hacer diversas demostraciones de fuerza para sacudir la estabilidad el país; la violencia política volvería a hacerse presente y la mano del narcotráfico aumentaría su presencia con tal de influir en el desarrollo del próximo proceso electoral.

Como resulta evidente, todo esto puede ocurrir – y de alguna forma ya pasa – pues los actores siguen presentes y bien podrían elevar su visibilidad para tratar de impulsar sus propias agendas. Sin embargo, lo que no podemos pensar es que el país es el mismo que hace once años. Hoy, por ejemplo, gobierna un Presidente con una legitimidad que nadie puede poner en duda, tanto por la forma en que llegó al poder, como por el nivel de aprobación que actualmente mantiene entre la opinión pública, y que ronda el 60 por ciento según las encuestas de septiembre.

Los medios de comunicación están abiertos como nunca a todas las voces y nadie podría argumentar que estamos ante un gobierno represor, para justificar algún tipo de acción violenta. A eso debemos sumar que la macroeconomía presenta condiciones favorables. La inflación está controlada, manteniéndose por debajo del 4 por ciento, se han hecho pagos anticipados de deuda para blindar la transición entre éste y el próximo gobierno, y las reservas internacionales están alrededor de los 60 mil millones de pesos.

¿Es esto suficiente para garantizar que no habrá inestabilidad en México? Por supuesto que no. En un mundo en el que el riesgo – en cualquier de sus formas, violencia, desastres naturales, crisis económicas, etc. - es la constante y no lo excepcional, no hay ninguna nación que pueda presumir de tener un blindaje total, pero eso no nos permite pronosticar los peores escenarios con tanta facilidad. Claro que es condenable que una persona aventara un pedazo de elote a Andrés Manuel López Obrador durante una gira por el estado panista de Guanajuato, pero de ahí a verlo como preludio de la violencia como hiciera algún columnista, hay una distancia que por salud pública debemos mantener.

No hay que perder de vista que quienes tenemos el privilegio de ocupar un espacio en los medios somos corresponsables del clima de opinión. El papel del periodismo es ofrecerle al público los elementos que permitan darle su justa dimensión a cada hecho, por eso es preocupante que algunos hagan juicios tan a la ligera. Bienvenidos aquellos que con su análisis señalan las debilidades que debemos atender como país, pero cuidado con los “profetas” deseosos de encontrar las pistas que validen sus peores pesadillas, porque de esos, últimamente hay muchos.

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