Seguir la ruta del Subcomandante Marcos, esa parece ser la consigna de Andres Manuel López Obrador, quien de seguir por ese camino llegará al mismo destino, el de la irrelevancia. Y es que al igual que con el lider guerrillero, AMLO parece decidido a no reconocer sus victorias. Hace algunos años los zapatistas emprendieron una caravana que recibió la bendición y el aval del gobierno federal. Como resultado llegaron hasta la tribuna del Congreso en la que expusieron sus puntos de vista y si bien al final, es cierto, no lograron el 100 por ciento de sus objetivos, sí obtuvieron una visibilidad que de haberla aprovechado pudieron haber sacado másp rovecho del sistema que estaba empeñado en jugar de aliado, aunque sólo fuera por un cálculo político. Al paso del tiempo el gobierno demostró que la apuesta fue la correcta; en su rechazo a lo logrado Marcos caminó casi hacia su desaparicion.
Años después, Andres Manuel logró que los partidos compraran sus reclamos sobre la reforma energética y tampoco lo ha sabido aprovechar. En la misma lógica que en el sexenio anterior, el sistema parece decidido a darle cuerda y dejar que se mate sólo, de ahí que los legisladores no sólo han cedido a sus reclamos sino que ahora le han abierto las puertas de San Lázaro. A él, que no acudió a ninguno de los foros sobre la reforma en el Senado y que en el campo de las formas no cuenta con ninguna representación.
De lo que se trata, está claro, es de complacerle en todo con tal de que pierda credibilidad. Si la historia de Marcos se repite, mañana AMLO se reunirá con los legisladores, expondrá su reclamo y minutos después soltará a su gente contra la reforma y el Congreso. Dirá que todo fue una simulación, una puesta en escena. El problema es que sus críticos, no sin razón, podrán decir que como a nadie más de le han escuchado; incluso, se le habrían abierto las puertas que a los ciudadanos comunes se le cierran y aun así, Andrés Manuel habrá insistido en su discurso de la descalificación, de la intolerancia. El propósito de la estrategia - con la ayuda de López Obrador - es exhibirlo, aislarlo por la via de concederle todo, de dejarle sin banderas a sabiendas de que sin eso no puede vivir. Si la fórmula resulta exitosa la historia lo dibujará como el niño de la canción que rechazaba la leche ora por caliente, ora por fría.
Veremos qué pasa mañana y si AMLO entiende que por ahora su problema no es pedir, sino que le cumplan todo.
Años después, Andres Manuel logró que los partidos compraran sus reclamos sobre la reforma energética y tampoco lo ha sabido aprovechar. En la misma lógica que en el sexenio anterior, el sistema parece decidido a darle cuerda y dejar que se mate sólo, de ahí que los legisladores no sólo han cedido a sus reclamos sino que ahora le han abierto las puertas de San Lázaro. A él, que no acudió a ninguno de los foros sobre la reforma en el Senado y que en el campo de las formas no cuenta con ninguna representación.
De lo que se trata, está claro, es de complacerle en todo con tal de que pierda credibilidad. Si la historia de Marcos se repite, mañana AMLO se reunirá con los legisladores, expondrá su reclamo y minutos después soltará a su gente contra la reforma y el Congreso. Dirá que todo fue una simulación, una puesta en escena. El problema es que sus críticos, no sin razón, podrán decir que como a nadie más de le han escuchado; incluso, se le habrían abierto las puertas que a los ciudadanos comunes se le cierran y aun así, Andrés Manuel habrá insistido en su discurso de la descalificación, de la intolerancia. El propósito de la estrategia - con la ayuda de López Obrador - es exhibirlo, aislarlo por la via de concederle todo, de dejarle sin banderas a sabiendas de que sin eso no puede vivir. Si la fórmula resulta exitosa la historia lo dibujará como el niño de la canción que rechazaba la leche ora por caliente, ora por fría.
Veremos qué pasa mañana y si AMLO entiende que por ahora su problema no es pedir, sino que le cumplan todo.