lunes, agosto 15, 2011

¿Quién escucha a los indignados?

(Artículo publicado en la revista www.frente.com.mx)

Las imágenes se repiten lo mismo en Chile, que en España, que -en mucho menor medida - en México: ciudadanos, más o menos organizados, salen a las calles, para plantarse en los Congresos y frente a los gobernantes para exigirles que les pongan atención. Se diría que es casi lo normal en toda democracia. Por principio los recursos nunca son suficientes para todos y lo habitual es que diversos grupos de presión hagan sentir su fuerza para ser escuchados. Sin embargo, hay algo de novedoso en este momento, que si bien tiene sus particularidades nacionales, presenta ciertos puntos comunes.

Se trata, por ejemplo, de nuevos actores y no de los mismos de siempre. Si los manifestantes fueran los sindicatos no sería de llamar la atención. Si al frente de los mismos estuviera un líder carismático, tampoco sería novedoso. No es el caso. Y finalmente, si bien estas protestas aprovechan la coyuntura electoral para aumentar su capital, en sentido estricto no se trata de actores que estén regidos bajo la lógica de los votos. Hablamos de tres características que hacen más difícil entender y encasillar a estos nuevos actores.

¿O quién podría decir que es el portador único de la agenda del movimiento del 15-M en España? Nadie. Y el mismo principio vale para el caso mexicano. ¿Cuántos votos valen – por ejemplo - Javier Sicilia o Emilio Alvarez Icaza, dos de las figuras más importantes del movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad? Yo diría que muchos porque hay un sector de la población que se ve reflejada en su discurso, y al mismo tiempo los únicos votos que pueden garantizar son los que ellos depositen en las urnas el próximo año, pues no tienen ninguna representatividad formal ni mucho menos formas de control corporativo como suelen prometer y comprometer los líderes tradicionales. Y esta es sólo una parte del fenómeno al que se suma el papel de las nuevas plataformas tecnológicas, piezas centrales para entender sus formas de diálogo y organización, mucho más descentralizadas, más parecidas a las “agrupaciones” de hackers que a los organigramas de una empresa.

Tal vez por eso, por lo novedoso del fenómeno, es que nos esté costando trabajo a todos entender qué está pasando. Los medios de comunicación – ya lo he comentado ampliamente en otros espacios – andan con la brújula chueca, acostumbrados a cubrir y valorar a los mismos actores de siempre, se ven fuera de foco a la hora de dimensionar el peso real de estos movimientos. A veces los ignoran, otras veces los sobredimensionan. En cualquier caso no terminan de saber qué hacer con ellos.

Torpeza que comparten muchos integrantes de la clase política que también desprecian a estos nuevos actores tan poco ortodoxos pero tan influyentes a la hora de articular a grupos de ciudadanos tan dispersos. Habrá quien diga que es lo normal, que las instituciones no suelen ser las más receptivas a las causas ciudadanas. Tristemente es cierto con demasiada frecuencia, sobre todo en países como el nuestro. Pero también hay límites. Y pareciera que nos estamos acercando a ellos peligrosamente. En Estados Unidos el Congreso tiene uno de los niveles de popularidad más bajo en su historia, en España es evidente la distancia entre los partidos políticos, el gobierno y el sentir de miles de personas que están saliendo a las calles un día así y otro también, y en México, pues en México aunque no parece algo masivo hay una sociedad civil emergente que está interactuando con sus políticos como hace mucho no lo hacía, ya sea por la bandera de ACTA, la reforma política o la ley de seguridad nacional.

Lo curioso – y aquí es donde me tendrán que llamar ingenuo, por decir lo menos – es que tengo la impresión de que la clase política mexicana está entiendo mejor el fenómeno que otros sistemas políticos. Todavía no sé si porque se nos da más la simulación y estamos en un típico caso de #atoleconeldedo o si en realidad hay una legítima preocupación por evitar un divorcio definitivo que por lo general suele terminar muy mal.

Las próximas semanas son claves para ver qué movimientos crecen y maduran, qué medios de comunicación son capaces de retratarlos y acompañarlos adecuadamente, y qué políticos tienen la habilidad para entender a esta ciudadanía emergente y se fortalece al hacer suyas sus banderas. No habrá que esperar mucho para conocer las respuestas.

Twitter.com/mariocampos

1 comentario:

Edgar D. Heredia Sánchez dijo...

Las incógnitas sobre la exposición mediática de ciertos personajes "desconocidos" destaca de dos variables la enorme cantidad de tribunas y espacios para hacerse oir, ello es resultado de la gran fuerza que toman los movimientos sociales al encontrar multiple stribunas de expresión, canales digitales para escribir, opinar, reclamar, insultar, argumentar, descalificar y demás acciones propias de la menifestación cívica, es cierto que aún no se puede valorar en su real dimensión el valor de estos movimientos sobre todo por el interés electoral y político de encaramarse en la indignación legítima que dichos movimientos destacan. Será cuestión de tiempo para que las dinámicas mediáticas dejen de sobredimensionar o subvalorar a estos movimientos, también de que la gente no se sature de estas expresiones como sucedió con las marchas las cuales terminaron enloqueciendo y enfureciendo más a los ciudadanos que acarreando simpatías. La clase política creo que tiene detectada la mina política que supone dar cabida a estos actores, el tema es si están dispuestos a incorporarlos como fuerzas renovadoras de los arreglos sociales o simplemente usarlos como catapultas para sus intereses electorales, a momentos s eve valentía, a momentos temen ser rebasados por estas dinámicas sociales emergentes...